8 y exhortaba a los que le acompañaban a no temer el ataque de los
gentiles, teniendo presentes en la mente los auxilios que antes les
habían
venido del Cielo, y a esperar también entonces la victoria que les habría de
venir de parte del Todopoderoso.
9 Les animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los
combates que habían llevado a cabo; así les infundía mayor ardor.
10 Después de haber levantado sus ánimos, les puso además de
manifiesto la perfidia de los gentiles y la violación de sus juramentos.
11 Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad de los escudos
y las lanzas, como con la confianza de sus buenas palabras. Les
refirió
además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró
a
todos.
12 Su visión fue tal como sigue: Onías, que había sido sumo
sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras,
distinguido en su conversación, preocupado desde la niñez por la práctica
de la virtud, suplicaba con las manos tendidas por toda la comunidad de los
judíos.
13 Luego se apareció también un hombre que se distinguía por sus
blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y
majestuosa
soberanía.
14 Onías había dicho: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora
mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios.»
15 Jeremías, tendiendo su diestra, había entregado a Judas una espada
de oro, y al dársela había pronunciado estas palabras:
16 «Recibe, como regalo de parte de Dios, esta espada sagrada, con la
que destrozarás a los enemigos.»
17 Animados por estas bellísimas palabras de Judas, capaces de
estimular al valor y de robustecer las almas jóvenes,
decidieron no
resguardarse en la defensa, sino lanzarse valerosamente a la ofensiva y que,
en un cuerpo a cuerpo, la fortuna decidiera, porque peligraban la ciudad, la
religión y el Templo.
18 En verdad que el cuidado por sus mujeres e hijos, por sus
hermanos y parientes quedaba en segundo término; el primero y principal
era por el Templo consagrado.
19 Igualmente para los que habían quedado en la ciudad no era menor
la ansiedad, preocupados como estaban por el ataque en campo raso.
20 Todos aguardaban la decisión inmimente. Los enemigos se habían
concentrado y el ejército se había alineado en orden de batalla. Los
elefantes se habían situado en lugar apropiado y la caballería estaba
dispuesta en las alas.
21 Entonces Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la
variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los
elefantes,
extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien
sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la
victoria a los que la merecen.
22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano,
enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca
de